—Qué buen título—dijo y enseguida levantó la vista para clavarla en mi cara llena de confusión—. Ese—aclaró señalando—"El amor nos destrozará".
Me encanta entrar en las librerías; las paredes llenas de bibliotecas, el olor a papel, el aspecto tan peculiar que tiene la gente que suele visitar esos lugares con frecuencia. Y uno los reconoce por los lentes caídos, el cabello blanco, las historias ajenas vividas en carne propia que sin querer dejan marcas en sus rostros—llenos de vida y de sueños—porque al final leer un libro es permitirse soñar un sueño que no nos pertenece pero nos gusta.
Entramos sólo con el objetivo de encontrar el libro de la vidriera y asegurarnos de que fuese tan prometedor como su título. Lo era. No pudimos abrirlo pero me leyó en voz bajita la contratapa y aunque ya no recuerdo exactamente qué decía, resuenan en mi mente palabras como: Francia, violín, historia de amor, local de antigüedades... Terminó diciendo que quería comprarlo, quizás tan entusiasmada como yo a esa altura.
Entonces recordé que tiempo atrás me había pedido que le escribiese algo; algo que fuera triste pero supiese ganarse su ternura; algo que hablara del amor, ese destructivo, y aun así le diera ganas de enamorarse. Todavía tenía inconvenientes con escribir para otros, con imaginarme un destinatario particular para mis palabras, mas le dije que lo haría.
Ese era el título, la frase que yo necesitaba. Reflejaba perfectamente esa concepción pesimista pero dulce que tengo del amor y que ella buscaba que le escribiera. Ella espera que le digan que va a sufrir, que le adelanten el dolor con la esperanza de que así la lastimen menos. Quiere sentir que a pesar de que el amor—como todo—va a acabarse en algún momento, vale la pena querer mucho a alguien. Quiere convencerse de que mostrarle lo peor y lo mejor de sí a alguien que ama es un riesgo que aceptamos correr porque el amor es mucho más intenso que el dolor posterior, que el destrozo, el quiebre o la crisis.
No sé cómo decírselo, cómo escribirlo tampoco. Cómo explicarle que el miedo a amar es probablemente el peor de los miedos y que pararnos en la cuerda floja que es querer mucho a alguien es un desafío tan lindo como despertar un día y darnos cuenta que somos felices amando y que, con la facultad de hacernos daño, también le entregamos a otra persona una mucho más linda: la de hacernos bien.
Para Bruno, mi mejor amiga.
Sé que no es lo mejor, pero es lo que pude.
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