Te sentí venir.
Te sentí llegar, acercándote paulatinamente, sin prisa
pero con ansias.
Te esperé.
Te recibí.
Te sentí…
Tu pelo, salvaje.
Tus labios, junto a los míos.
Tu olor, tan peculiar.
Tu presencia, firme y vulnerable a la vez.
Es parte de un todo, tan maravilloso que, me hace
suspirar cada vez que abro los ojos y te veo, ahí, conmigo, sentada, acostada,
despierta o dormida.
En parte de un todo. Un todo maravilloso.
Desde aquél entonces siento como todo lo malo se
desvanece.
Con tu sonrisa, con tu risa, con tu voz, con tu
mirada. Con tan sólo tu respiración…
Con cada una de tus expresiones.
Sos hermosa. Pero no querés que te lo diga.
¿Por qué? ¿Por qué no puedo demostrarte lo que generás
en mí con un “Sos hermosa”, o un “Hola, hermosa”? No me dejás. Decís que
miento.
Pero no miento…
“Hola”. Palabra tan recurrente en nuestros diálogos.
Es el disparador de una conversación, el pié de una
demostración de cariño, de un gesto de amor, de una sonrisa mía o de una tuya.
Son tus ojos que me atrapan, tu mirada me desconcierta, tu voz dulce, susurrándome al
oído. Son los besos, los abrazos. Son todas esas cosas que son parte de un
todo.
Somos dos, y somos Uno.
Atte.
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