Buscó en su cabeza una excusa para hablarle. Hoy ya no la recuerda, pero cree que fue pedirle el libro que recorrían sus dedos. Lo que sí está vívido en su mente es la sonrisa amable y la mirada desorientada que le dedicó al levantar la mirada del libro.
Hoy sabe de París y de Londres, de la música, de las pinturas, de los dibujos, del saxo. Sabe del piano, de la guitarra, de la biblioteca, de los libros viejos, de las fotos en blanco y negro. Sabe que nació varias décadas después, pero que con ella se siente cómodo. Hoy Poe ocupa un lugar especial en la estantería donde se mezclan sus libros. Hoy, que ya le escribió canciones, la pintó vestida y desnuda, le mostró su lugar en el mundo, le cantó los Beatles, la llenó de besos, le regaló libros y la llevó lejos; hoy ella sabe que uno no va a la librería a enamorarse, pero él estaba ahí.
Uno no va a ningún lado a enamorarse, ¿no?
Pero de pronto nos pasa y ¡pum!
Nuestro mundo se da vuelta.
Y escribimos cuentos con finales felices.
Y escribimos cuentos con finales felices.
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