Parada al abismo del sol, con los pies quemados después de correr por las estaciones de la lluvia, golpeaban en su ventana gotas de placeres pidiendo a gritos volver a deslizarse por su cuerpo mientras se oían los llantos del cielo y la guerra que provocaban al estrecharse contra su techo.
Ella estaba segura, y decidió guardar sus letras, su cuerpo fotografiado en blanco y negro con las montañas de sus curvas junto con su pelo cobre rojizo. Pero todo color, claro, y todo el color y todo lo que puede tener una foto, se pierde en el mundo, un mundo abstracto, inexacto, pero ideal. Como todo recuerdo que pierde color y se destiñe con el tiempo, viviendo, pero sin vida. Como una lengua seca, como el pelo gris de un anciano, como las uñas largas de un muerto.
Ella, ella tenia las manos frías, y ya no importaba nada. Sacó las rosas del florero mientras las apoyaba una por una en su cama haciendo un colchón de flores. Tomó de su mesita de luz una pastilla. Cerró el cajón y se la tragó al mismo tiempo. Se desvistió lentamente y apenas se sacó su ultima prenda interior, cayó desprendida en medio de la cama, honesta, y más honesta que nunca, a vista gorda claro.
Y sin embargo, sus manos sostenían los dolores que le cortaban como vidrios los dedos, pero su sangre seguía fría, tan fría que le hervía las venas.Y a pesar de eso, a pesar de todo eso y su mirada triste, a pesar de su piel, la lengua, el pelo y las uñas a pesar de todo eso, más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario