lunes, 18 de junio de 2012

Agua, por favor.


Desierto. Arena. El viento mas seco que jamás soplo. El sol que me abraza como un padre desilusionado a un hijo malcriado. Un paramo bellísimo e impío. Manos que tiemblan sin moverse, ante la idea de un mínimo cambio, de un golpe de suerte (que al fin y al cabo, es un golpe). Un par de pájaros sobre mi cabeza (de esos que se alimentan de cadáveres e infortunios). La arena, placida, que abre paso a diversidad de sensaciones. Incluso aunque la paleta de sus colores sea de una tonalidad (los cálidos, claramente). Estos son el amarillo, el naranja y porque no el rojo (de las palmas y las mejillas). Cada paso deja caer una tonelada, que a su vez regala una huella al mapa de granos amarillentos. Se divisa una roca, cada tanto. La mente también atrae un color, que no es color, sino espacio: Blanco. Ese blanco que ahora no presentan mis ropas, ni mis dientes, ni la clara de mis ojos. Tal vez en ese momento hubiera pensado en amores, en locuras y enfermedades, y en vanidades carnales (si siguiera en tierra poblada y urbanización innecesaria). Pero yo no me encuentro más allí y me fui por razones varias, como las revoluciones (solitarias y fallidas) y las mujeres con mirada asesina. Aunque eso no importa ya.  En este exacto momento, recae en mí un único pensamiento. Un único deseo primal, que aleja todo lo anterior: Agua. Quiero agua.



El cielo esta increíblemente azul. Hace juego con la música del viento. Y también contrasta mi cansancio. Con la quebradura y el vacío. Eso es, el vacío. Decido arrojarme a él sin titubeo alguno. De repente estoy rodando, descontroladamente, por una duna que parece no tener fin. Y la velocidad. Maldita la piedra que estaba en mi camino. Dolor y explosión. Sangre, bastante. La arena se tiñe entonces de purpura y dejo una estela a mi paso. Finalmente toque el fondo. Negro. Anochece frente a unos pastizales. Eso indica vida. Agua. Me levanto entonces sin sueño, sin ganas, sin fuerza. Los pájaros ya no están. Por lo menos no se escuchan. Me queda aun algo de tiempo. Dar el primer paso en el frio de la oscuridad es algo realmente aliviante. Como si una mujer me tendiera paños helados sobre la frente, conquistada por la fiebre. Pero entonces tengo frio ahora. Y tengo también una luna a quien llorar. Aunque bien dije que no tenía ya líquidos como para lograrlo (ahora tengo otra razón para beber). El sudor busca una nueva vía de escape (así como los demás fluidos corporales). Dos tropezones. Caída. Una vista veloz y agradable. Una vez más me inundaba yo con deseos. Agua. Agua. Hay agua cerca.


Un trueno lejano me hace volver a la agonía placentera de mi soledad. ¡Agua! Esos recuerdos que se habían esfumado, ahora regresaban. Ese amor, antes seco, ahora era mi oasis.


Nuestro oasis.


Bebo. Bebo como nunca había bebido. Una ola me golpea sin juicio. Y ahora me encuentro en el piso, de cara al cielo agujereado. Estaba sucio, semi desnudo y salvaje. Y tan feliz. Tanto, tanto. Era un adolescente una vez más. Y la música, y la libertad también estaban presentes allí. Ahora la pintura era celeste, azul, purpura, magenta, roja, naranja y amarilla. Y blanca. Toda una obra de arte.


Yo me encuentro feliz. Ya no importa si me encuentra el mundo.

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