Me encanta. Me encanta el contraste que hay entre esa
piel tan blanca y esas uñas rojizas, como cerezas (o como sangre). Me encanta
como esos cabellos, que no son ni oro, ni plata, ni cobre, andan sueltos y
libres (incluso cuando los cubren con lana). Me encanta que esos ojos sean
fríos e indiferentes, pero muy adentro ansían una caricia ajena. Me encanta esa
sonrisa, que no se rige por ley o regla alguna, y forman asi sus dientes, la
vanguardia de su rostro. Me encanta la resequedad húmeda y cristalina de sus labios.
Me encanta el hechizo que logran sus piernas, simétricas, al caminar sobre
restos vidriosos (de corazón). Me encanta su altura, que magnifica a
cualquiera, que se le acerque, incluso cuando ella ya es gigante (siendo
pequeña). Me encanta su aroma, que apesta a menta y a rosas, y que se impregna
en las moléculas de oxigeno. Me encanta que las hojas de los arboles se rindan
y se arrojen tras sus pasos, así como si inspirara al otoño a hacer su trabajo.
Me encanta su frialdad, tan cruel como el invierno. Me encanta el hecho de que
yo utilice una charla como excusa para observarla (que no me beneficia). Me
encanta el escepticismo que mantiene en la ideología del amor, y sin embargo
cumple con la regla de enamorar. Me encanta saber que es feliz con su antiguo
amor y yo soy quien observa la situación (o la injusticia). Me encanta que su
fruta sea tan jugosa, y que mi paladar mantenga ese gusto agridulce. Me encanta
la traición que alguna vez ocurrió y supero, y como, ingenuamente, pretende
ocultarlo y rezar. Me encanta esperar nada, porque uno sabe que no habrá nada.
Me encanta matar esas pequeñas esperanzas con café y lecturas y escalofríos. Me
encanta el rumbo desconocido que va a tomar mi vida y la suya, por separado.
Y todo el texto anterior, es mentira. Nunca ocurrió.
No encanta, pero fascina (y uno aun no sabe porque).
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