Como podrán ver, ahora es mi deber
publicar algo los días martes. (Y sinceramente, acá, entre nosotros, ¿no les parece mejor? Digo,
¿vieron lo que escribía "el otro"? Doble coma... Fotos de naranjas...
Canciones en japonés... Cualquiera. Horrible. Ahora todo va a ser mejor)
Bueno, realmente no quería hacer
esto ya en mi segunda entrada, pero no tuve tiempo para escribir nada nuevo.
Así que decidí revivir algo de mi antiguo blog ("antiguo" hasta que
decida volver a publicar ahí): Fantasía
y Realidad, un interesante artículo titulado "Una
clase de Educación Física".
Les recomiendo visitar el blog para
leer mis otros escritos. Simplemente porque son increíbles (salvo el que habla
de cuando le hackearon el Facebook a mi hermano, ese es una mierda, saltéenlo).
Bueno, ya fue suficiente
introducción. Sólo una aclaración más antes de que lean, para que entiendan
mejor: cuando escribí esto, todavía no había salido el Gears of Wars 3.
Una clase de Educación Física
Estábamos en la clase de Educación Física, habiendo
recientemente terminado de comer. Llenos debíamos ir, en sumisión a la institución
y sus horarios. No había tiempo para la digestión, sólo el “Bueno chicos, ahora
corran setecientas vueltas alrededor de la cancha para entrar en calor. Después
vamos a hacer la prueba de velocidad.”
Empezamos a trotar al tiempo que el estómago se revolvía y
los jugos gástricos subían hasta la faringe. En medio de un incómodo malestar,
continuamos la carrera, que a duras penas terminamos, exhaustos, no sólo por lo
que habíamos hecho, sino también por lo que íbamos a hacer.
Entonces, uno de nosotros cayó al suelo desplomado,
respirando agitadamente. “Vamos, levantate que ahora van a hacer la prueba”, le
dijo la profesora, en tono de reproche. El chico se incorporó con dificultad.
Se agarró la panza y tragó lentamente. Repentinamente, comenzó a tener arcadas.
Con la profesora, lo acompañamos hasta el baño. Ella fue de
mala gana, murmurando por lo bajo: “Estos chicos boludos, ¿por qué carajo no
comen algo liviano?”, y frases por el estilo.
Habiendo llegado finalmente al lavabo, nos dispusimos todos
alrededor del joven cual multitud curiosa rodea a un lobo marino que llega
moribundo a la costa durante el verano. Lo observamos de forma morbosa, en
espera del clímax, que no se hizo esperar. Fue algo mayor a todo lo que
hubiéramos visto jamás.
Su boca comenzó a expulsar un líquido verdoso, seguido de
grandes pedazos de hamburguesa, como masticada por un pato. Por separado, salió
el pan y un sobrecito de mayonesa entero, rápidamente acompañados por tres
autitos Hot Wheels, como aquellos con los que yo jugaba cuando era chico. A
continuación, emergió un osito de peluche que llevaba unos pañales usados, y
después, una consola Nintendo 64 con dos juegos (Mario Kart y The Legend of Zelda: Ocarina of time). Luego, como un
desfile, aparecieron tres juguetes (“figuras de acción”) de los X-Men, uno de
Spiderman, otro de las tortugas Ninja, tres de Star Wars, dos de Dragon Ball Z
(Vegeta y Goku), y un último de Batman. Posteriormente, y en orden de modernidad
(tanto en cuanto a hardware con en software), expulsó cuatro computadoras
encendidas, intercaladas con el líquido verde. Entonces, de su boca empezó a
salir música, al tiempo que lanzaba un mp3, un mp4 y dos celulares, acompañados
por decenas de CDs. Las melodías se fueron volviendo cada vez más oscuras y
complejas hasta que finalmente el sonido se apagó.
Pensamos que el vómito había terminado, pero, cual ejército
imparable, arremetió nuevamente. Siguieron cinco televisores, todos de la
última década, pero de diferente grado de modernidad, escoltados por una
centena de películas y también libros de distintos géneros (desde infantiles
hasta de terror). Surgió entonces de su boca una Xbox 360 con el Gears of War
3, junto con un par de controles, y después dos relojes: uno de aguja,
atrasado, y otro digital, adelantado. El chico “imprimió” luego una foto de Bin
Laden, y otra de Obama, ambas de baja resolución.
Para terminar, él regurgitó un tejido blanco que cubrió todo
lo anterior, y vomitó rocas encima de él.
Hubo un momento de silencio y expectación entre los que
presenciábamos el espectáculo, como de reflexión de esa intensa escena de
quince minutos que acabábamos de presenciar. Todos estaban estupefactos, en
shock. Hasta la profesora parecía encontrarse en un estado de trance.
Mirábamos expectantes al protagonista del número. “Creo que
ya me siento un poco mejor”, dijo. “Sigamos con la clase. Puedo hacer la
prueba”.
El grupo se relajó, y abandonó el baño. Yo me quedé atrás y
observé el lavatorio. Entonces, hice lo que debía.
Tomé el Gears of War y escapé.
Creí hasta lo de la hamburguesa y el pan por separado.
ResponderEliminarMe reí muchísimo.