La fecha y hora estaban acordadas desde un principio.
Los dos ejércitos estaban dispuestos a abandonar sus tareas bélicas. Sin
embargo, y muy a su pesar, algunos soldados no querían dejar de pelear. Tomaban
sus armas y se disipaban en el campo de batalla, con el fin de continuar el
deseo de sus generales y comandantes. El ruido y el trueno eran machacantes
bajo los cascos. Las botas y los uniformes estaban completamente embarrados,
como los pobres corazones de aquellos jóvenes. La sangre brotaba de cada
arteria, con casi nula posibilidad de coagular. El viento helado inundaba sus
pulmones derruidos. Sin embargo, se reusaban a rendirse. Sabían que el
sufrimiento no era comparable con la recompensa. O eso querían creer,
fervientemente. ‘’Un tiroteo en mi cabeza, quiero. Es la solución’’ decían,
ingenuos. Muchos de ellos, acorde al
momento (y al sentimiento) se quitaban la vida, pues mucho más no valdría
terminado el combate. También se hacia difícil continuar a falta de recursos,
alimentos y munición. Encontrar aquellas cosas era todo un milagro. Hasta los héroes,
que no son héroes si no encuentran oscuridad, se sentían apenados de que su martirizarían
haya sido en vano. Pero al final, eso era lo único que quedaba. Un campo
absolutamente rojo. Y verde. Y a veces, también, azul. Y como ya dije, todo
estaba acordado desde un principio. Ya la esperanza estaba apagada, incluso
antes de comenzar los conflictos.
La declaración de rendición se dicto como había sido
planeado. Los dos encargados del asunto se encontraron en el sitio acordado y
llevaron consigo sus respectivos generales y defensores. Una vez firmado, el
acuerdo se disolvió en sus mentes. El problema era que el primer componente, de
los dos, no estaba seguro de haber hecho lo correcto. Y el segundo, claro
estaba, pero sorprendido de las acciones del primero. Buscaba una explicación
de sus actos, pero no encontró respuesta en nadie. Luego se disiparon sus miradas
y ya nadie volvió a hablar de lo ocurrido. Al fin y al cabo, la mente es tan insípidamente
débil y frágil, que cualquier movimiento en falso podría desatar otro
conflicto. Los hombres lo saben, los hombres de armas lo conocen de cerca. En
cualquier momento, una guerra más puede comenzar.
Otra guerra que terminara, inevitablemente, de la misma
manera.
¿O no?
[Me gustaría aclarar que este texto había sido realizado
ya, tiempo atrás. Pero mi preciosa madre apago accidentalmente la computadora,
perdiendo yo toda información escrita. Si, lo peor del mundo. Me temo que el
texto anterior era muy superior a este, pero es lo que llegue a recuperar de mi
memoria. Mis más sinceras disculpas. Su amistoso vecino, J.I.Z.]
¿Tiempo atrás, será, acaso, horas atrás? Si así fuese debería estar alojado en borradores, querido escritor. Y está. Pero siendo usted el administrador de este refugio de palabras e ideas, es el único con la facultad de corroborarlo. Le advierto por si recuperar lo escrito tiene algún valor para usted.
ResponderEliminarAhora, respecto a lo escrito acá, me gusta. Pero cuándo no. "Al fin y al cabo, la mente es tan insípidamente débil y frágil, que cualquier movimiento...". Aplausos. Creo que nada más, al menos por ahora.
No. La copia original quedo olvidada en el bloc de notas, hace ya mas tiempo. Posteriormente, en el Word. Es una lastima que el borrador que viste sea tan solo una copia de lo que hay aca. Tristisimo.
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